jueves, 26 de febrero de 2009

RECUERDOS DE MI NIÑEZ

Cuando el calor apretaba, mi padre y yo sacábamos el colchón a la puerta y lo tendíamos en la calzada de enfrente de nuestra casa, buscando de esta forma conciliar el sueño y procurando combatir los calores del verano.

Antes de dormirnos mi padre me contaba historias o me daba consejos sobre el mundo y la vida.

Otras veces dormíamos en la era de tío Pedro. Bajábamos a la pradera que tenia preparada para la trilla en la Huertita, cerca de El Calvario y allí pasábamos alguna que otra de esas noches bochornosas del julio.

A veces, nos íbamos a dormir a “El Barrerito”, mi padre, tío Pedro y yo. En “El Barrerito”, cerca de la Fuente Escalera y elevado sobre un peldaño natural del terreno, estaba el huerto del tío Santiago “El Pirije”. Sobre la parva, que el tío Santiago tendía cada año para la trilla del grano, colocábamos las mantas, donde, después de la acostumbrada tertulia, procurábamos conciliar el sueño, cosa que, por mi parte, rara vez conseguía..

En estas conversaciones nocturnas del caluroso estío, casi siempre nos acompañaba el tío Aquilino, un hombre de una exquisita, agradable y profunda filosofía rural. Tío Aquilino era el sastre del pueblo y, a juicio de muchos, un buen sastre. A tío Aquilino, el sastre, le gustaba el tango, y hablaba con entusiasmo de Carlos Gardel. A veces canturreaba La Comparsita o el A Media Luz. A mi amigo Paco y a mi nos gustaba escuchar las reflexiones del tío Aquilino, conversando amablemente con el en aquellas tardes soleadas del incipiente otoño.

Vivíamos en la calle Cagancha (ahora calle Lirio), mis padres, mis dos hermanas (después vendría otro varón), mi abuela Benedicta y yo Eran tiempos de estrecheces económicas; demasiadas bocas para el pequeño sueldo de Alguacil de mi padre.

La casa era pequeña, de paredes anchas, con un sala de entrada, que llamábamos “la mitad de casa”: a la izquierda estaba la maquina de coser de mi madre, sobre el rincón del fondo, la mesa camilla con el hule del mapa de España y a la derecha, bajo la escalera, la “cantaera” con la tinaja y los dos cantaros. Desde esta sala, por una entrada sin puerta, tapada con una cortina, se accedía al dormitorio principal de la casa; a la izquierda de la entrada estaba el armario con luna, una cama a la derecha, donde dormíamos nosotros, los hermanos, y otra al fondo, donde dormían mis padres. En la parte posterior de la habitación, junto a una cómoda de madera de cuatro cajones, había una puerta de entrada a una pequeña alacena, la cual tenia una reducida ventana contigua a un vecino corral..

Desde la “mitad de casa”, a la derecha de la puerta de entrada a la vivienda, por una estrecha escalera de peldaños con piso de pizarra, subíamos a la planta alta. Nada mas subir, a la izquierda, estaba la sala, con una cama, donde dormía mi abuela Benedicta; en el fondo a la izquierda, una ventana que daba a la calle y una diminuta buhardilla, construida en la parte superior de la pared lateral, con una pequeña puerta, alta, de madera. Esta buhardilla, que era un almacén desordenado de revistas, libros, juegos y otros artilugios, servía también como refugio cuando jugábamos en la casa a los “esconderiches”. En la misma pared, sobre un soporte de madera, estaba la radio. Con el escuchaban mi madre y mi abuela los interminables seriales radiofónicos de Guillermo Sautier Casaseca, los programas de “peticiones del Oyente”, “España para los españoles” o el consultorio sentimental de Elena Francis.

.Frente a la escalera estaba la cocina, amplia, con techo alto de teja vana, a la izquierda la lumbre, con las llares y el caldero, y. de frente, unas cortinas a media pared, grandes, de paño oscuro que dividían la parte anterior de la cocina, mas amplia, de la posterior, mas reducida.

La calle, entonces, era toda de piedra. Junto a la casa había un “poyo” donde nos solíamos sentar al fresco, en las noches de calor, con los vecinos : tío Mariano, tía Paula, tía Carlota, tío Jacinto, tía Daniela, tío Pedro, tía Maria... Desde el interior de alguna de las casas fluía el sonido familiar de la radio a la hora de “el parte” y se escuchaba con atención la característica melodía previa a las noticias en radio nacional.

Recuerdo con angustia contenida el primer día de escuela. Mi madre me dejo sentado en el pupitre, abandonado a mi suerte. Creo recordar que alguna lágrima debió de dejarse caer por mi cara, fruto de aquella perplejidad angustiosa de mi espíritu infantil. Don Agustín, mi primer maestro, me tranquilizo con palabras amables y consiguió que pasase, de mi estado de ánimo, aquel primer impacto emocional de mi vida escolar.

Ese mismo día llegue contento a casa. Nos habían repartido la leche en polvo, y yo venia alegre con mi bote en la mano para dárselo a mi madre, no si untar, de vez en cuando, el dedo por el camino, cosa que me valió una reprimenda.

Pronto comencé, con entusiasmo, a impregnarme del ambiente escolar. Antes de entrar en clase, solíamos cantar, en fila y brazo en alto, el Cara al Sol, frente a la bandera de España, con el escudo imperial, colocada sobre la pared exterior del aula.

Algunas tardes de sol, cuando llegaba el maestro, todos unidos, previo acuerdo y al unísono, entonábamos el grito de excursión campestre: “de paseeeo”, “de paseeeo”, “de paseeeo”. Normalmente - dependía de su estado de ánimo- el maestro accedía a nuestro deseo y salíamos todos contentos y alegres a pasar la tarde en los ondulados entornos naturales de la entrada a la Jaramaguilla

Al salir de clase, nos íbamos, algunas veces, a jugar a los indios a la chumberas de San Blas. Recuerdo que usábamos los “Panes y quesitos” para vestirnos a la manera india del oeste. Otras veces me iba con mi amigo Santiago, el hijo de tía Antonia “Canchala”, a llevar los mulos al huerto y pasábamos la tarde jugando y hablando de nuestras cosas. Algunas tardes me acercaba a casa de mi amigo Paco el hijo de tío Nin y allí solíamos pasar el rato leyendo las revistas de “Historias Para No Dormir” de Ibáñez Serrador o cantando canciones de Víctor Jara o Paco Ibáñez.

También solíamos ir en el buen tiempo mi amigo Elías, Isidro y yo, a jugar a los toros al huerto del Matorral.

Cuando mi padre tenia que salir a publicar un bando, a mi me gustaba ir con el. Me llevaba de la mano por el recorrido, se paraba y empezaba a publicar en voz alta y potente “De ordeeeeeeeeeeen, de el Señor Alcaldeeeeeeeeeeeeee, hago sabeeeeeeeeeer…….”, terminada la publicación del bando, me cogia, de nuevo de la mano, y continuábamos el camino. Recuerdo que el primer punto era en la esquina de la calle Peñas con la calle de los Pinos (Tumbatres); el segundo: en la esquina calle de los Pinos con calle Matorral,;- el tercero:en esquina C/ Los Naranjos con la calle la Paz (Campito), cuarto: esquina c/ Paula Clemente/ con c/ de El cristo. Quinto: esquina c/ Real/ con c/ Consuelo Aparicio. El sexto: Plaza de San Ramon, el septimo: esquina c/ Angosta con Avenida del Calvario y el Octavo. en Plaza de España.

Al caer la tarde, el pueblo se llenaba con la algarabía de los chiquillos. Jugábamos en la Plaza al pillar, a espidula, a el cordón, al triangulo, a la peona o a los contrabandistas en las calles y huertos de alrededor del casco urbano

Estos son algunos de los vagos recuerdos de mi edad temprana; recuerdos todos ellos que a veces galopan, como caballos del tiempo por los prados nebulosos de la memoria desde la semioscuridad de mi niñez lejana

sábado, 14 de febrero de 2009

AMOR EN SILENCIO




Amaneció en el beso
tu mirada
y encontré aquel silencio
de tus labios
en el tacto de amor
que me ofreciste.

..Y se encendió una gota
de pasión en tus ojos.

Me abriste, entre mis labios, la sonrisa,
como una flor quemandome tu nombre
en la sed de mi boca.

...Y se acercó la noche
a contemplar
la eclosión del placer
en nuestros cuerpos.

Paso el cielo y dejaste
aquel dulce silencio entre mis manos.

viernes, 13 de febrero de 2009

NANA AL NIÑO AMARGO DE SIERRA LEONA




(Escrito después de ver en televisión las terribles imágenes de un niño amenazado por el odio!



Se me clavó en el alma tu mirada de miedo,
tu temblor dolorido, desamparado y triste,
como un frió amarrado en la sangre.

Se me clavo tu llanto,
tu pánico de heridas y de muertes

Se me clavó en el alma tu vida desolada
al aire del odio y del olvido

Se me clavó la queja de tus lágrimas
bajo la mano llena de amenazas y noches.

¡Cuando hubiera ofrecido, niño amargo,
por rescatar tu cuerpo y tu alma
de la fría imagen del televisor
y traerte al amor,
a la dulzura,
al gozo,
y vestirte de besos y caricias,
despertar la ilusión de tu niñez dormida,
y borrarte con sueños
el espanto de nieblas que te habitan.

Apartad ese odio
en el nombre del hombre que no muerde la vida
apartad ese odio de su dulce,
de su triste mirada,
o nunca,
nunca,
nunca
no me llaméis ya nunca ser humano.

lunes, 9 de febrero de 2009

LA FLOR DE EXTREMADURA

A mi amiga Ruth

En el valle, en el monte, en la blancura,
En el verde paisaje, en los rincones,
en los campos sembrados de ilusiones,
en la sierra, en la nieve, en la llanura,

en el alma de un pueblo, en la hermosura
de una tierra sembrada de ilusiones
en las notas de amor de las canciones
del arbol popular de la cultura,

en la razón de ser, en la añoranza
de trazar una nueva singladura,
en el hondo trajin de la labranza,

en el cielo en la voz, en la espesura;
florecera la flor de la esperanza
de esta nueva y hermosa Extremadura.

viernes, 6 de febrero de 2009

HIJO DEL HAMBRE



El niño aquel tendió su voz al viento
como un silencio roto por la nada
y en el viento quedó su voz callada
bajo la dura sombra de un lamento.

Solo un gesto de puro desaliento
abastece su imagen desolada,
y una pena sin pan de amor clavada
en la espina sin fin de su tormento.

El niño aquel sin alba ni alegría
hijo del hambre, corazón herido,
noche sin luz, dolor, caricia fría,

va dejando su grito oscurecido
a tu puerta, en silencio, cada día
y tu le das la noche del olvido.